lunes, 19 de septiembre de 2016

Amor feliz

¿Es normal,
es serio, es positivo?
¿De qué le sirven al mundo dos seres
que no ven el mundo?

Enaltecidos mutuamente sin merecerlo,
dos cualesquiera entre un millón, mas convencidos
de que les sucedería. ¿En recompensa de qué? De nada.
La luz cae de ninguna parte.
¿Por qué da en ellos y no en otros?
¿Ofende a la justicia? Sí.
¿Infringe las normas establecidas con esmero,
despeña la moraleja desde la cumbre? Infringe y despeña.

Mirad a los felices:
¡Si al menos se escondieran un poco,
si fingieran agobio para reconfortar a los amigos!
Escuchad cómo ríen: es una afrenta.
En qué lengua hablan, al parecer comprensible.
Y esos ceremoniales, esos miramientos,
esas primorosas y mutuas atenciones,
¡diríase un complot a espaldas de la humanidad!

¿Qué ocurriría
si su ejemplo se imitara?
A qué recurrirían la religión y la poesía,
qué sería recordado y qué olvidado,
quién eligiría permanecer encerrado en el círculo.

Amor feliz. ¿Es necesario?
El tacto y el juicio obligan a silenciarlo
como si fuera un escándalo de las altas esferas de la Vida.

Los bebés espléndidos nacen
pero nunca lograrán poblar la tierra
ya que pocas veces sucede.

Que quienes no conocen el amor feliz
sigan afirmando que no existe un amor feliz en ningún sitio del mundo.
Con esa creencia les será más fácil vivir y también morir.



























jueves, 8 de septiembre de 2016

Lizano de Berceo


Fui al médico del cerebro,
del alma,
los médicos
con su uniforme blanco,
los curas
con su uniforme negro,
los militares
con su uniforme verde,
el papa
con su uniforme blanco.

Ya vemos
lo que les pasa a los dominantes
cuando prescinden del uniforme.
Qué ha sido, por ejemplo,
de los reyes
sin su uniforme...

Por no hablar del uniforme
de los bomberos, de los policías,
de los conserjes,
de los mayordomos,
de las monjitas, de los presos,
de los jueces,
¡vaya uniforme el de los jueces!...

¿Y los burgueses?
¿Y su uniforme de señores?
¿Y el de los cocineros?
Pobres cocineros:
hasta los cocineros
revestidos... Y las novias
vestidas de blanco
cuando se dirigen
a firmar con los novios
el contrato...
¡plaga de contratos!

Y qué sería este mundo sin uniformes:
sería
el mundo real poético...

El caso es que fui al médico
del alma, del cerebro...
¡qué pretensión salvar el alma
con la teología,
o la química
y otros derivados
de la Razón! Y cómo
va a curar con su locura
la Razón al alma
al liberarse de su dominio
si liberarse de su dominio 
es lo único
que puede salvarla.

El caso es que fui al médico,
con su uniforme blanco,
llamado bata,
como los farmacéuticos,
como los fantasmas...
hundido por aquel
desamor que había
herido gravemente y, cómo no,
mi alma
y me dio una medicina
como si el alma
fuera un intestino
o una garganta.

Y yo le dije: no necesito
medicina, necesito
cariño...
Y pensé:
lo que yo necesito,
lo que todos necesitamos,
es que se acaben los uniformes,
que todo cambie de sentido.

Y las órdenes,
que se acaben las órdenes,
las recetas, los específicos,
los sermones, sobre todo
los sermones.

Recuerdo que cuando yo
era un niño
íbamos a la escuela
con uniforme.
¡Venga! ¡Todos uniformados!
Qué educativo...

Y qué son las ideas
sino uniformes malditos
si lo que necesitamos
es cariño, mucho cariño...

Y al cabo de cierto tiempo
volví al médico y me preguntó
si me había tomado la medicina.
Y le dije que no
Y él, indignado, me dijo:
¡No sé
ni cómo le recibo!



























jueves, 1 de septiembre de 2016

La construcción de un sueño



Siempre hay tiempo para un sueño.

Siempre es tiempo de dejarse llevar
por una pasión que nos arrastre hacia el deseo.

Siempre es posible encontrar la fuerza
necesaria para alzar el vuelo y dirigirse hacia
lo alto.

Y es allí, y solo allí, en la altura, donde
podemos desplegar nuestras alas en toda su
extensión.

Solo allí, en lo más alto de nosotros mismos,
en lo más profundo de nuestras inquietudes,
podremos separar los brazos, y volar.
























viernes, 19 de agosto de 2016

Moonshadow


 I'm being followed by a moonshadow, moonshadow, moonshadow 
Leaping and hopping on a moonshadow, moonshadow, moonshadow 
And if I ever lose my hands, lose my plough, lose my land, 
If I ever lose my hands, Oh if.... I won't have to work no more. 
And if I ever lose my eyes, if my colours all run dry, 
Yes if I ever lose my eyes, Oh if.... I won't have to cry no more. 
I'm being followed by a moonshadow, moonshadow, moonshadow 
Leaping and hopping on a moonshadow, moonshadow, moonshadow 
And if I ever lose my legs, I won't moan, and I won't beg, 
Yes if I ever lose my legs, Oh if.... I won't have to walk no more. 
And if I ever lose my mouth, all my teeth, north and south, 
Yes if I ever lose my mouth, Oh if.... I won't have to talk
Did it take long to find me? I asked the faithful light. 
Did it take long to find me? And are you 
gonna stay the night?
I'm being followed by a moonshadow, moonshadow, moonshadow 
Leaping and hopping on a moonshadow, moonshadow, moonshadow



(Cualquier disculpa es buena para escucharle...)



*




La LUNA desde Logroño - 18 de agosto de 2016
(Fotografías caseras)

martes, 9 de agosto de 2016

Esas quejas del piano...



a intervalos desprendidas,
sirenas adormecidas
que evoca tu blanca mano,
no esparcen al aire en vano
el melancólico son;
pues de la oculta mansión
en que mi pasión se esconde,
a cada nota responde
un eco del corazón.













lunes, 11 de julio de 2016

de Dylan Thomas

En mi oficio u hosco arte
ejercido en la noche en calma
cuando solo rabia la luna
y los amantes descansan
con sus penas en los brazos,
trabajo a la luz cantora
no por ambición ni pan
lucimiento o simpatías
en los escenarios de marfil
sino por el común salario
de su recóndito corazón.

No para los soberbios aparte
de la rabiosa luna escribo
en estas páginas rociadas
por las espumas del mar
ni para los encumbrados muertos
con sus ruiseñores y salmos
sino para los amantes, sus brazos
abarcando las penas de los siglos,
que no elogian ni pagan ni
hacen caso de mi oficio o arte.












En mi oficio o mi arte sombrío
ejercido en la noche silenciosa
cuando solo la luna se enfurece
y los amantes yacen en el lecho
con todas sus tristezas en los brazos,
junto a la luz que canta yo trabajo
no por ambición ni por el pan
ni por ostentación ni por el tráfico de encantos
en escenarios de marfil,
sino por ese mínimo salario
de sus más escondidos corazones.

No para el hombre altivo
que se aparta de la luna colérica
escribo yo estas páginas de efímeras espumas,
ni para los muertos encumbrados 
entre sus salmos y ruiseñores,
sino para los amantes, para sus brazos
que rodean las penas de los siglos,
que no pagan con salarios ni elogios
y no hacen caso alguno de mi oficio o mi arte.

(Versión de Elizabeth Azcona Cranwell)








In my craft or sullen art 
Exercised in the still night 
When only the moon rages 
And the lovers lie abed  
With all their griefs in their arms, 
I labour by singing light 
Not for ambition or bread 
Or the strut and trade of charms 
On the ivory stages 
But for the common wages 
Of their most secret heart

Not for the proud man apart 
From the raging moon I write 
On these spindrift pages 
Nor for the towering dead 
With their nightingales and psalms 
But for the lovers, their arms 
Round the griefs of the ages, 
Who pay no praise or wages 
Nor heed my craft or art.





sábado, 2 de julio de 2016

Dos d’Ors














Como el agua
se afana
callada
bajo el trigo,

como la tierra,
humilde,
elabora
metales
y eleva
hasta la rosa
la hermosura,

así, de esa manera,
escribirás
tus versos:
sólo en hondo
silencio
germinan
las palabras
luminosas.







Es una cosa extraña ser poeta,
es una cosa extraña sentir la propia vida
llena de muchedumbres,
escuchar en el propio canto todos los cantos
y cotidianamente
morir un poco en todo lo que muere.

Es una cosa extraña ser poeta;
es sorprender al niño en los ojos del viejo,
es oír los clamores del bosque en la semilla,
adivinar que hay una primavera dormida
bajo cada nevada,
partir el pan y ver los segadores.

Es una cosa extraña: ser poeta
es convertirse en tierra para entender la lluvia,
es convertirse en hoja para saber de otoños,
es convertirse en muerto para aprender la ausencia.
















jueves, 23 de junio de 2016

B&B




Mi mano en la suya provocó inmediatamente un shock para ambos, una unión inacabable e inacabada, una electrocución ininterrumpida, un ansia por abrazarnos, por diluirnos el uno en el otro, una alquimia mágica y extraña, un impudor púdicamente infinito. Sus ojos miraron fijamente los míos y ya no dejarían de hacerlo. Estábamos solos en el mundo.


















jueves, 9 de junio de 2016

Indicios de inmortalidad

Hubo un tiempo en que prados, arroyuelos y bosques,
la tierra y sus visiones cotidianas,
me parecían aureolados por una luz divina,
por la gloria y frescura de algún sueño.
Ya no es lo mismo ahora como antaño;
doquiera que me vuelva,
ya de noche o de día,
aquello que yo viera ya no me es dado verlo.
¿Adónde huyó el destello visionario?
¿Dónde, ahora, la gloria y el ensueño?
¡Qué júbilo saber que en nuestras brasas,
hay algo que aún vive,
que la naturaleza aún recuerda
lo que fue tan fugaz!
¡Cantad, cantad, oh pájaros, un canto jubiloso!
¡Que brinquen corderillos
al son de un tamboril!
¡Yendo en vuestro cortejo con solo el pensamiento,
sea con los que canten, sea con los que juegan,
con aquellos que sienten en su pecho
la alegría de mayo!
Pues aunque el esplendor, que tan brillante fuera,
sea ahora apartado de mi vista,
aunque ya nada pueda devolverme el instante
de esplendor en la hierba y de gloria en las flores;
no nos lamentaremos, y más bien
hallamos nuevas fuerzas en lo que aún perdura;
en esa simpatía primigenia
que, habiendo existido, existirá por siempre;
en los parsimoniosos pensamientos que brotan
del sufrimiento humano,
en la fe que penetra a través de la muerte,
y en los años que forman la mente reflexiva.









viernes, 20 de mayo de 2016

Somos el tiempo que nos queda






Eso somos: el tiempo que nos queda,
el último latido detenido,
la palabra no dicha,
el desierto cruzado,
y la senda sin nombre
que dejamos atrás.

Somos el abandono, la intemperie,
las luces apagadas,
y las puertas, cerradas para siempre,
tras un adiós forjado en la costumbre.



























Pero somos el tiempo que nos queda,
la voz que no se apaga,
la azada que aún golpea, sin rendirse,
el poema no escrito,
la ópera inacabada de Puccini,
la derrota asumida, masticada,
y aquello que nos queda por vivir.









domingo, 8 de mayo de 2016

¡Qué gran víspera el mundo!

No había nada hecho.
Ni materia, ni números,
ni astros, ni siglos,... nada.
El carbón no era negro
ni la rosa era tierna.
Nada era nada, aún.
¡Qué inocencia creer
que fue el pasado de otros
y en otro tiempo, ya
irrevocable, siempre!
No, el pasado era nuestro:
no tenía ni nombre.
Podíamos llamarlo
a nuestro gusto: estrella,
colibrí, teorema,
en vez de así, «pasado»;
quitarle su veneno.
Un gran viento soplaba
hacia nosotros minas,
continentes, motores.
¿Minas de qué? Vacías.
Estaban aguardando
nuestro primer deseo,
para ser en seguida
de cobre, de amapolas.
Las ciudades, los puertos
flotaban sobre el mundo,
sin sitio todavía:
esperaban que tú
les dijeses: «Aquí»,
para lanzar los barcos,
las máquinas, las fiestas.
Máquinas impacientes
de sin destino, aún;
porque harían la luz
si tú se lo mandabas,
o las noches de otoño
si las querías tú.
Los verbos, indecisos,
te miraban los ojos
como los perros fieles,
trémulos. Tu mandato
iba a marcarles ya
sus rumbos, sus acciones.
¿Subir? Se estremecía
su energía ignorante.
¿Sería ir hacia arriba
«subir»? ¿E ir hacia dónde
sería «descender»?
Con mensajes a antípodas,
a luceros, tu orden
iba a darles conciencia
súbita de su ser,
de volar o arrastrarse.
El gran mundo vacío,
sin empleo, delante
de ti estaba: su impulso
se lo darías tú.
Y junto a ti, vacante,
por nacer, anheloso,
con los ojos cerrados,
preparado ya el cuerpo
para el dolor y el beso,
con la sangre en su sitio,
yo, esperando
—ay, si no me mirabas—
a que tú me quisieses
y me dijeras: «Ya».















lunes, 25 de abril de 2016

Gris multicolor






Uno tiende a conceptualizarse en blanco y negro, a preguntarse absurdamente si alguien es feliz en su vida como si existiera una respuesta posible, como si a ciertas cosas se les pudiese atribuir un sí o un no. Sin embargo, al ingresar en el terreno del arte y la ficción, se accede de inmediato a una conciencia del contraste, del gris como base de la observación, de lo agridulce como continuidad. Entonces se percibe que hay una extraña belleza en el dolor, que hay algo misteriosamente cómico en la tragedia y, por supuesto, algo aterrador en todo bienestar.

































martes, 12 de abril de 2016

Considerando en frío




Considerando en frío, imparcialmente,
que el hombre es triste, tose y, sin embargo,
se complace en su pecho colorado;
que lo único que hace es componerse
de días;
que es lóbrego mamífero y se peina...

Considerando
que el hombre procede suavemente del trabajo
y repercute jefe, suena subordinado;
que el diagrama del tiempo
es constante diorama en sus medallas
y, a medio abrir, sus ojos estudiaron,
desde lejanos tiempos,
su fórmula famélica de masa...

Comprendiendo sin esfuerzo
que el hombre se queda, a veces, pensando,
como queriendo llorar,
y, sujeto a tenderse como objeto,
se hace buen carpintero, suda, mata
y luego canta, almuerza, se abotona...

Considerando también
que el hombre es en verdad un animal
y, no obstante, al voltear, me da con su tristeza en la cabeza...

Examinando, en fin,
sus encontradas piezas, su retrete,
su desesperación, al terminar su día atroz, borrándolo...

Comprendiendo
que él sabe que le quiero,
que le odio con afecto y me es, en suma, indiferente...

Considerando sus documentos generales
y mirando con lentes aquel certificado
que prueba que nació muy pequeñito...

le hago una seña,
viene,
y le doy un abrazo, emocionado.
¡Qué más da! Emocionado... Emocionado...









Yo he sido un hombre que ha conocido sombras. 
Hombre despierto al pie de sus palabras, 
en espera de ese algún día que viene de puntillas dentro de veinte años, 
que no viene, 
o que puede rodarnos por entre las falanges.

Tu soledad me abriga la garganta
y tu silencio me anda en los bolsillos.
Tu mirada me espanta.

Yo he sido un hombre rural y ciudadano, 
cenizo como los cielos de los noviembres lúgubres y claro como tu risa de voz de pájaro.
Hombre de buenos encuentros y todavía mejores despedidas.
Hombre de tantos episodios como caminos usa el pensamiento.

Tu soledad me abriga la garganta
y tu silencio me anda en los bolsillos.
Tu mirada me espanta.

Yo he sido un hombre deshabitado,
transcurrido, 
alma en pena de costas que muelen sus arenas cuando no quedan cuerpos que abrazar,
cuando el sol ya no muerde porque sigue su fuga y su almanaque.

Tu soledad me abriga la garganta
y tu silencio me anda en los bolsillos.
Tu mirada me espanta.

Yo he sido un hombre que canta su identificación para mañana,
ráfagas de ciclones, polvo de sus zapatos. 
Yo he sido un hombre que no tiene otra cosa que decir que la más vieja búsqueda, 
regreso, compañía, esperanza –esperanza, señores, esperanza– ¡con lo simple que suena la esperanza!

Tu soledad me abriga la garganta
y tu silencio me anda en los bolsillos.
Tu mirada me espanta.

Yo he sido un hombre desarmado por aplaudidas soledades,
por años de vigilia, por caravanas de algodón, 
por miríadas de lunas pasajeras que vinieron, que vienen, que vendrán. 
Yo he sido un hombre como soy todavía,
que viene desde entonces caminando hacia ti, 
apartando las ramas para tocarte las mejillas, 
para besar tus ojos inteligentes, 
esperando por tu profético silencio (mmmmm) por tu profético silencio…

Tu soledad me abriga la garganta
y tu silencio me anda en los bolsillos.
Tu mirada me espanta.




jueves, 7 de abril de 2016

A veces,

cuando en alta noche tranquila, 
sobre las teclas vuela tu mano blanca,
como una mariposa sobre una lila
y al teclado sonoro notas arranca,
cruzando del espacio la negra sombra
filtran por la ventana rayos de luna,
que trazan luces largas sobre la alfombra,
y en alas de las notas a otros lugares,
vuelan mis pensamientos, cruzan los mares,
y en gótico castillo donde en las piedras
musgosas por los siglos, crecen las yedras,
puestos de codos ambos en tu ventana
miramos en las sombras morir el día
y subir de los valles la noche umbría
y soy tu paje rubio, mi castellana,
y cuando en los espacios la noche cierra,
el fuego de tu estancia los muebles dora,
y los dos nos miramos y sonreímos
mientras que el viento afuera suspira y llora!




¡Cómo tendéis las alas, ensueños vanos,
cuando sobre las teclas vuelan sus manos!







































sábado, 19 de marzo de 2016

Del sentimiento de no estar


                                                                              del todo


Por Julio Cortázar 

Siempre seré como un niño para tantas cosas, pero uno de esos niños que desde el comienzo llevan consigo al adulto, de manera que cuando el monstruito llega verdaderamente a adulto ocurre que a su vez este lleva consigo al niño, y nel mezzo del camin se da una coexistencia pocas veces pacífica de por lo menos dos aperturas al mundo. 

Esto puede entenderse metafóricamente pero apunta en todo caso a un temperamento que no ha renunciado a la visión pueril como precio de la visión adulta, y esa yuxtaposición que hace al poeta y quizá al criminal, y también al cronopio y al humorista (cuestión de dosis diferentes, de acentuación aguda o esdrújula, de elecciones: ahora juego, ahora mato) se manifiesta en el sentimiento de no estar del todo en cualquiera de las estructuras, de las telas que arma la vida y en las que somos a la vez araña y mosca. 

Mucho de lo que he escrito se ordena bajo el signo de la excentricidad, puesto que entre vivir y escribir nunca admití una clara diferencia; si viviendo alcanzo a disimular una participación parcial en mi circunstancia, en cambio no puedo negarla en lo que escribo puesto que precisamente escribo por no estar o por estar a medias. Escribo por falencia, por descolocación; y como escribo desde un intersticio, estoy siempre invitando a que otros busquen los suyos y miren por ellos el jardín donde los árboles tienen frutos que son, por supuesto, piedras preciosas. El monstruito sigue firme. 

Esta especie de constante lúdica explica, si no justifica, mucho de lo que he escrito o he vivido. Se reprocha a mis novelas -ese juego al borde del balcón, ese fósforo al lado de la botella de nafta, ese revólver cargado en la mesa de luz- una búsqueda intelectual de la novela misma, que sería así como un continuo comentario de la acción y muchas veces la acción de un comentario. Me aburre argumentar a posteriori que a lo largo de esa dialéctica mágica un hombre-niño está luchando por rematar el juego de su vida: que sí, que no, que en esta está. Porque un juego, bien mirado, ¿no es un proceso que parte de una descolocación para llegar a una colocación, a un emplazamiento -golf, jaque mate, piedra libre? ¿No es el cumplimiento de una ceremonia que marcha hacia la fijación final de la corona? 

El hombre de nuestro tiempo cree fácilmente que su información filosófica e histórica lo salva del realismo ingenuo. En conferencias universitarias y en charlas de café llega a admitir que la realidad no es lo que parece, y está siempre dispuesto a reconocer que sus sentidos lo engañan y que su inteligencia le fabrica una visión tolerable pero incompleta del mundo. Cada vez que piensa metafísicamente se siente "más triste y más sabio", pero su admisión es momentánea y excepcional mientras que el continuo de la vida lo instala de lleno en la apariencia, la concreta en torno de él, la viste de definiciones, funciones y valores. Ese hombre es un ingenuo realista más que un realista ingenuo. Basta observar su comportamiento frente a lo excepcional, lo insólito; o lo reduce a fenómeno estético o poético ("era algo realmente surrealista, te juro") o renuncia en seguida a indagar en la entrevisión que han podido darle un sueño, un acto fallido, una asociación verbal o causal fuera de lo común, una coincidencia turbadora, cualquiera de las instantáneas fracturas del continuo. Si se lo interroga, dirá que no cree del todo en la realidad cotidiana y que solo la acepta pragmáticamente. Pero vaya si cree, es en lo único que cree. Su sentido de la vida se parece al mecanismo de su mirada. A veces tiene una efímera conciencia de que cada tantos segundos los párpados interrumpen la visión que su conciencia ha decidido entender como permanente y continua; pero casi de inmediato el pestañeo vuelve a ser inconsciente, el libro o la manzana se fijan en su obstinada apariencia. Hay como un acuerdo de caballeros entre la circunstancia y los circunstanciados: tú no me sacas de mis costumbres, y yo no te ando escarbando con un palito. Pero ahora pasa que el hombre-niño no es un caballero sino un cronopio que no entiende bien el sistema de líneas de fuga gracias a las cuales se crea una perspectiva satisfactoria de esa circunstancia, o bien, como sucede en los collages mal resueltos, se siente en una escala diferente con respecto a la de la circunstancia, una hormiga que no cabe en un palacio o un número cuatro en el que no caben más que tres o cinco unidades. A mí esto me ocurre palpablemente, a veces soy más grande que el caballo que monto, y otros días me caigo en uno de mis zapatos y me doy un golpe terrible, sin contar el trabajo para salir, las escalas fabricadas nudo a nudo con los cordones y el terrible descubrimiento, ya en el borde, de que alguien ha guardado el zapato en un ropero y que estoy peor que Edmundo Dantés en el castillo de If porque ni siquiera hay un abate a tiro en los roperos de mi casa. 

Y me gusta, y soy terriblemente feliz en mi infierno, y escribo. Vivo y escribo amenazado por esa lateralidad, por ese paralaje verdadero, por estar siempre un poco más a la izquierda o más al fondo del lugar donde se debería estar para que todo cuajara satisfactoriamente en un día más de vida sin conflictos. Desde muy pequeño asumí con los dientes apretados esa condición que me dividía de mis amigos y a la vez los atraía hacia el raro, el diferente, el que metía el dedo en el ventilador. No estaba privado de felicidad; la única condición era coincidir de a ratos (el camarada, el tío excéntrico, la vieja loca) con otro que tampoco calzara de lleno en su matrícula, y desde luego que no era fácil; pero pronto descubrí los gatos, en los que podía imaginar mi propia condición, y los libros donde la encontraba de lleno. En esos años hubiera podido decirme los versos quizá apócrifos de Poe: 

From childhood's hour I have not been 
As others were; I have not seen 
As others saw; I could not bring 
My passions from a common spring- 

Pero lo que para el virginiano era un estigma (luciferino, pero por ello mismo monstruoso) que lo aislaba y condenaba,

And all I loved, I loved alone 

no me divorció de aquellos cuyo redondo universo solo tangencialmente compartía. Hipócrita sutil, aptitud para todos los mimetismos, ternura que rebasaba los límites y me los disimulaba; las sorpresas y las aflicciones de la primera edad se teñían de ironía amable. Me acuerdo: a los once años presté a un camarada El secreto de Wilhelm Storitz, donde Julio Verne me proponía como siempre un comienzo natural y entrañable con una realidad nada desemejante a la cotidiana. Mi amigo me devolvió el libro: "No lo terminé, es demasiado fantástico." Jamás renunciaré a la sorpresa escandalizada de ese minuto. ¿Fantástica, la invisibilidad de un hombre? Entonces, ¿solo en el fútbol, en el café con leche, en las primeras coincidencias sexuales podíamos encontrarnos? 

Adolescente, creí como tantos, que mi continuo extrañamiento era el signo anunciador del poeta, y escribí los poemas que se escriben entonces y que siempre son más fáciles de escribir que la prosa a esa altura de la vida que repite en el individuo las fases de la literatura. Con los años descubrí que si todo poeta es un extrañado, no todo extrañado es poeta en la acepción genérica del término. Entro aquí en terreno polémico, recoja el guante quien quiera. Si por poeta entendemos funcionalmente al que escribe poemas, la razón de que los escriba (no se discute la calidad) nace de que su extrañamiento como persona suscita siempre un mecanismo de challenge and response; así cada vez que el poeta es sensible a su lateralidad, a situación extrínseca en una realidad aparentemente intrínseca, reacciona poéticamente (casi diría profesionalmente, sobre todo a partir de su madurez técnica); dicho de otra manera, escribe poemas que son como petrificaciones de ese extrañamiento, lo que el poeta ve o siente en lugar de, o al lado de, o por debajo de, o en contra de, remitiendo este de a lo que los demás ven tal como creen que es, sin desplazamiento ni crítica interna. Dudo de que exista un solo gran poema que no haya nacido de esa extrañeza o que no la traduzca; más aún, que no la active y la potencie al sospechar que es precisamente la zona intersticial por donde cabe acceder. También el filósofo se extraña y se descoloca deliberadamente para descubrir las fisuras de lo aparencial, y su búsqueda nace igualmente de un challenge and response; en ambos casos, aunque los fines sean diferentes, hay una respuesta instrumental, una actitud técnica frente a un objeto definido. 

Pero ya se ha visto que no todos los extrañados son poetas o filósofos profesionales. Casi siempre empiezan por serlo o por querer serlo, pero llega el día en que se dan cuenta de que no pueden o que no están obligados a esa response casi fatal que es el poema o la filosofía frente al challenge del extrañamiento. Su actitud se vuelve defensiva, egoísta si se quiere puesto que se trata de preservar por sobre todo la lucidez, resistir a la solapada deformación que la cotidianeidad codificada va montando en la conciencia con la activa participación de la inteligencia razonante, los medios de información, el hedonismo, la arterioesclerosis y el matrimonio inter alia. Los humoristas, algunos anarquistas, no pocos criminales y cantidad de cuentistas y novelistas se sitúan en este sector poco definible en el que la condición de extrañado no acarrea necesariamente una respuesta de orden poético. Estos poetas no profesionales sobrellevan su desplazamiento con mayor naturalidad y menor brillo, y hasta podría decirse que su noción del extrañamiento es lúdica por comparación con la respuesta lírica o trágica del poeta. Mientras este libra siempre un combate, los extrañados a secas se integran en la excentricidad hasta un punto en que lo excepcional de esa condición, que suscita el challenge para el poeta o el filósofo, tiende a volverse condición natural del sujeto extrañado, que así lo ha querido y que por eso ha ajustado su conducta a esa aceptación paulatina. Pienso en Jarry, en un lento comercio a base de humor, de ironía, de familiaridad, que termina por inclinar la balanza del lado de las excepciones, por anular la diferencia escandalosa entre lo sólito y lo insólito, y permite el paso cotidiano, sin response concreta porque ya no hay challenge, a un plano que a falta de mejor nombre seguiremos llamando realidad pero sin que sea ya un flatus vocis o un peor es nada.











Ptah, the El Daoud (1970)

Alice Coltrane 
Joe Henderson 
Ron Carter
Pharoah Sanders
 Ben Riley 






























Julio querido, siempre tan lúcido, nuevo y poeta, siempre fantástico, sincero y niño. Siempre jugando, siempre inventando... 

Un maestro que escribía para acompañarnos, para no dejarnos solos, para descolocar la realidad a ver si así lográbamos terminar de acomodarla de una vez por todas en nuestras vidas, que escribía con esa inseguridad existencial tan suya en paralelo con su valiente convicción de imaginero, que escribía (como vivía, sin diferencia) con esa incertidumbre sobre lo real tan propia y con la cortazariana certeza sobre el otro lado... 

Qué bien le queda la música de Alice Coltrane a Julio! 

Qué bueno irse a dormir arrullado por Julio!

(Carlos Perrotti)




Impresionante texto de Julio Cortázar, eterno buscador de realidades "escondidas", de aperturas al mundo. Hermano Julio. "El otro lado" está en este, si lo buscás.

La música de Alice le hubiese gustado a Cortázar.

(Juan Nadie)









lunes, 29 de febrero de 2016

I remember Clifford


Esa difícil costumbre de que esté muerto. Como Bird, como Bud, he didn´t stand the ghost of a chance, pero antes de morir dijo su nombre más oscuro, sostuvo largamente el filo de un discurso secreto, húmedo de ese pudor que tiembla en las estelas griegas donde un muchacho pensativo mira hacia la blanca noche del mármol. Allí la música de Clifford ciñe algo que escapa casi siempre en el jazz, que escapa casi siempre en lo que escribimos o pintamos o queremos. De pronto hacia la mitad se siente que esa trompeta que busca con un tanteo infalible la única manera de rebasar el límite, es menos soliloquio que contacto. Descripción de una dicha efímera y difícil, de un arrimo precario: antes y después, la normalidad. Cuando quiero saber lo que vive el shamán en lo más alto del árbol de pasaje, cara a cara con la noche fuera del tiempo, escucho una vez más el testamento de Clifford Brown como un aletazo que desgarra lo continuo, que inventa una isla de absoluto en el desorden. Y después de nuevo la costumbre, donde él y tantos más estamos muertos.

LA VUELTA AL DÍA EN OCHENTA MUNDOS

























sábado, 13 de febrero de 2016

If...


Si puedes mantener la cabeza en su sitio cuando todos a tu alrededor
la han perdido y te culpan a ti.
Si puedes seguir creyendo en ti mismo cuando todos dudan de ti,
pero también aceptas que tengan dudas.
Si puedes esperar y no cansarte de la espera;
o si, siendo engañado, no respondes con engaños,
o si, siendo odiado, no incurres en el odio.
Y aun así no te las das de bueno ni de sabio.

Si puedes soñar sin que los sueños te dominen;
Si puedes pensar y no hacer de tus pensamientos tu único objetivo;
Si puedes encontrarte con el triunfo y la derrota,
y tratar a esos dos impostores de la misma manera.
Si puedes soportar oír la verdad que has dicho,
tergiversada por villanos para engañar a los necios.
O ver cómo se destruye todo aquello por lo que has dado la vida,
y remangarte para reconstruirlo con herramientas desgastadas.

Si puedes apilar todas tus ganancias
y arriesgarlas a una sola jugada;
y perder, y empezar de nuevo desde el principio
y nunca decir ni una palabra sobre tu pérdida.
Si puedes forzar tu corazón, y tus nervios y tendones,
a cumplir con tus objetivos mucho después de que estén agotados,
y así resistir cuando ya no te queda nada
salvo la Voluntad, que les dice: "¡Resistid!".

Si puedes hablar a las masas y conservar tu virtud.
o caminar junto a reyes, sin menospreciar por ello a la gente común.
Si ni amigos ni enemigos pueden herirte.
Si todos pueden contar contigo, pero ninguno demasiado.
Si puedes llenar el implacable minuto,
con sesenta segundos de diligente labor
Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,
y —lo que es más—: ¡serás un Hombre, hijo mío!








El problema no es 
si te buscas o no más problemas 
El problema no es 
ser capaz de volver a empezar 
El problema no es 
vivir demostrando 
a uno que te exige 
y anda mendigando 
El problema no es 
repetir el ayer 
como fórmula para salvarse 
El problema no es jugar a darse 
El problema no es de ocasión 
El problema señor 
sigue siendo sembrar amor
El problema no es 
de quien vino y se fue o viceversa 
El problema no es 
de los niños que ostentan papás 
El problema no es 
de quién saca cuenta y recuenta 
y a su bolsillo 
suma lo que resta 
El problema no es de la moda mundial 
ni de que haya tan mala memoria 
El problema no queda en la gloria 
ni en que falten tesón y sudor 
El problema señor 
sigue siendo sembrar amor 
El problema no es 
despeñarse en abismos de ensueños 
porque hoy no llegó 
al futuro sangrado de ayer 
El problema no es 
que el tiempo sentencie extravío 
cuando hay juventudes 
soñando desvíos 
El problema no es 
darle un hacha al dolor 
y hacer leña con todo y la palma 
El problema vital es el alma 
El problema es de resurrección 
El problema señor 
será siempre 
sembrar amor.